Si hay un sentimiento que se ha repetido a lo largo de mi vida, sin lugar a duda, ha sido la culpabilidad. Y es que cuando la gente que te rodea te repite que, tu idea de querer y compartir la vida no está bien acabas creyendo que el problema lo tienes tú.
Por eso, aprendí a callar mi opinión y mis sentimientos, para no discutir, para no escuchar los monólogos más que aprendidos, que se tenían los demás, sobre lo que les habían enseñado que era amar. Así, evitaba sentirme culpable, por no saber querer, e incapaz de poder, algún día, querer bien a alguien.
Y ahí, empecé a ganar, en escuchar. Cuando creces escuchas muchísimas opiniones diferentes, escuchas a gente que no es dictadora de sus valores y sus opiniones. Bendita gente.
Y así, empezó poco a poco a coger forma ese sentimiento que había tenido siempre, empecé a saber explicar algo que llevaba planteándole años a mis más cercanos, lógicamente para ellos aquello no tenía ni pies ni cabeza.
Nunca quise tener “pareja” o por lo menos no como se entiende en la mayor parte de la sociedad. Estaba segura de que, si tener pareja implicaba aceptar el contrato social de las relaciones, yo no estaba dispuesta a eso.
Con el tiempo me vi en la necesidad de mantener relaciones romántico-afectivas, por lo que mi discurso evolucionó, ahora no creía en la infidelidad. Si en ese momento había que ponerle un nombre, el único que se me ocurría era ese, “no creo en la infidelidad”. La gente se echaba las manos a la cabeza “ya te enamorarás”. Y vuelta a la culpabilidad, “no voy a ser capaz de querer a alguien en condiciones, no seré capaz de ser leal”.
Y como es normal esta idea siguió evolucionando. El discurso se fue modificando, ahora mi objetivo eran las relaciones abiertas. “Mientras siga queriendo a mi pareja que más da con quien mantenga relaciones, lo importante es que solo quiera a una persona”.
Que rabia ponerle límites al querer, es tan ilógico. Si de algo no entiende el amor es de límites. El amor es libre, es tan infinito como sea capaz de querer cada persona. Querer es la mayor riqueza a la que podemos enfrentarnos.
Si tu mejor amigo, ese que jamás te traicionaría, el que se preocupa siempre por ti, el que te ayuda en todo, el que entra en tu casa le da un abrazo a tu madre y abre la nevera, te dice un día que como es tan buen amigo solo lo puedes tener como amigo a él ¿no pensarías que se ha vuelto loco? Vale, pues cuando te lo dice alguien que pretende ser tu pareja es exactamente lo mismo. Este fue mi discurso para intentar hacerme entender durante muchísimo tiempo, la verdad, es que nunca supe si funcionaba, pero de lo que estoy segura es de que mucha de la gente a la que se lo contaba no pretendía entenderlo.
Y así hasta ahora, a mis 24 años he conseguido entender que sí se querer. No hay una forma buena ni mala de querer, no hay porque sentirse culpable cuando quieres sin condiciones. Qué bonito ser conscientes de la capacidad infinita de amar, y poder ponerlo en práctica. Sin duda darme la oportunidad de querer, y punto, ha sido mi mayor regalo.
Hoy en día, hago una distinción que me sirve – en este momento- y son las relaciones horizontales. Nunca se quiere a dos personas de la misma forma, por eso nunca una relación estará por encima de la otra.
Lo más difícil de deconstruirme ha sido entender que te puedes enamorar de alguien sin necesidad de querer follar. Del mismo modo, puedes encontrar al amor de tu vida y no ser capaz de convivir o no considerar que sea la persona con la que quieras procrear.
Ojalá esta idea siga evolucionando y me siga dando oportunidades de querer, me siga haciendo entender que todas las formas de querer están bien. Ojalá mi yo del futuro me sorprenda.