Nunca fui como el resto de las niñas, desde pequeña me gustaba jugar con los action man, los camiones, el futbol y los niños. Esto no estaba bien visto, todo el mundo comentaba mi forma de ser, aunque mis padres nunca me cuestionaron y siempre me dieron la libertad de expresarme a mi manera.
Según iba creciendo mi aspecto se iba "masculinizando", los comentarios ya no venían de personas cercanas, también oía a desconocidos. Recuerdo que una vez una señora me paró por la calle y, delante de mis amigos, me preguntó si era un niño o una niña. Pasé tantísima vergüenza. ¿Qué iba a saber yo si era un niño o una niña? Solo era un alma inocente preocupada por divertirme y por no llegar a casa tarde para no recibir un sermón.
Este tipo de juicios se trasladaron a mi vestimenta. Mientras mis amigos solo se preocupaban de hacer trastadas y de que nos lo pasáramos bien, mis amigas y mujeres de la familia me decían como debía vestir "siempre vas en chándal", "¿por qué no te pones un vestido?" o "ese peinado no te favorece". Además de vergüenza, estos comentarios me desconcertaban, a ninguno de mis amigos se les exigía tales requisitos ¿qué esperaban de mí?
Siempre intente esquivar esas conversaciones, me sudaban las manos, tenía pesadillas, me aleje de mucha gente porque siempre recurrían al mismo tema de conversación. Me volví insegura a la hora de relacionarme con el resto de las mujeres, hasta tal punto que con los años no sabía cómo tratarlas. Si soy sincera, nunca he confiado en una mujer, me da tanto pavor ser juzgada.
Cuando fui creciendo, y entendiendo las diferencias entre niños y niñas, empecé a no sentirme cómoda con mi cuerpo y a odiar ir a comprar ropa - me causaba una ansiedad desesperante que las dependientas aconsejaran a mis padres sobre que debía ponerme- era, y sigue siendo, una de las situaciones más incomodas a las que me enfrentaba.
Mi expresión corporal era absolutamente "masculina", la frase "comportante como una señorita" era mi pan de cada día. Yo solo era capaz de pensar que si las niñas debían comportarse como las Ashley's yo sería Spinelli, que si debían vestir con falda y de rosa, jugar a papás y mamás o tener otros gustos; yo no estaba dispuesta a ser una niña.
Como una niña que era dejé estas ideas de lado, sufría lo justo y necesario con los comentarios, y disfruté de mi infancia. Decidir que quería ser o quien quería ser no fue nunca la mayor de mis preocupaciones. Los chicos se encargaron de allanar mi vida y darme confianza sobre mi propia validez.
Aun así, dentro de mí había algo que rugía, algo que sabía que no todo estaba bien o por lo menos eso me habían hecho creer. Lo interioricé tanto que llegué a dudar de mi propio criterio. Aunque en cuanto me asaltaba la duda, rápidamente y aturdida por el pánico, mi cabeza se ponía a trabajar en mil cosas a la vez para camuflar esa idea.
Mi gestión de los sentimientos y el nerviosismo eran nefastos. Así estuve muchísimos años, siendo incomprendida por mi comportamiento dominador - un claro ejemplo de estar a la defensiva - y arisco.
La cosa cambió cuando llegué a la adolescencia e intenté integrarme con las chicas. Pero esos son otros sentimientos que meditaré más adelante.